Aun no había vuelto a respirar cuando
se encontraron nuestras miradas y volví a sentir de nuevo que nunca
había dejado de mirarle. Había cambiado, de eso no hay duda, pero
sus ojos, la forma de su cara, los hoyuelos en las mejillas... era
él. La forma de mirarme, como si aun fuéramos solo el y yo y no
estuvieran observándonos todos a nuestro alrededor, pendientes de
nuestro siguiente paso. Era un déjà vu tan real como la ráfaga de
viento que llevó hasta mi el olor de la colonia que no había dejado
de usar desde entonces, mezclado con el perfume de su propio cuerpo.
Aquel instante parecía eterno y lo fue
cuando me tendió la mano, esperando que yo la cogiera. Respondí
vacilante, alargando lentamente el brazo y estirando mis dedos. Mi
mano, al igual que todo mi cuerpo, temblaba. Él provocaba ese efecto
en mi. Entonces, cuando las yemas de mis dedos comenzaron a rozar las
suyas, puedo jurar que un calambrazo me recorrió, o saltaron
chispas, o simplemente la adrenalina comenzó a correr por mis venas,
llegando a cada rincón de mi cuerpo y erizándome la piel.
Otra vez su voz, 'Tenemos mucho de lo
que hablar'. Otra vez sus ojos, pidiendo sin palabras que fuera con
él. Otra vez su olor, cuando apretó mi mano y me llevó consigo a
un lugar apartado. Otra vez su piel, cuando me atrajo hacia él y
rodeó mi cintura con sus brazos desnudos. Y entonces su sabor, que
aunque haya hablado de su voz, su mirada, su olor y su piel, no es
fácil de explicar, cuando decidió que fueran los besos los únicos
que hablaran aquella noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario